En un mundo donde el liderazgo empresarial tradicionalmente ha sido un territorio masculino, las mujeres hemos aprendido a sobrevivir adaptándonos, mimetizándonos, casi inventando nuevas versiones de nosotras mismas para ser aceptadas en espacios de decisión. Muchas mujeres brillantes han sentido la necesidad de convertirse en otra versión de sí mismas para ser tomadas en serio. Han sacrificado su autenticidad, como si solo mimetizándose con el modelo masculino de liderazgo pudieran alcanzar la cima. Pero ¿qué nos queda cuando el precio del éxito es dejar de ser nosotras mismas?
Puede que ya sea hora de apostar por ser nosotras mismas, porque nuestro liderazgo tiene texturas propias, voces genuinas y una potencia transformadora que no precisa validación externa. Es auténtico, empático y valiente, y complementario al liderazgo masculino. Mientras que el liderazgo tradicionalmente masculino ha priorizado la toma de decisiones rápidas y la competencia, el femenino ha demostrado fortalecer los equipos desde la empatía, la colaboración y la visión a largo plazo. La capacidad de adaptación y resiliencia se ha convertido en una ventaja, al enfrentar desafíos con flexibilidad y creatividad. La suma del liderazgo masculino y el femenino será la herramienta que permita a las empresas, y a la sociedad en su conjunto, superar los retos del futuro. Porque solo trabajando juntos lograremos conquistar ese futuro.
Vivimos un momento crucial, donde los cambios se suceden y se escribe el futuro de la historia. La inteligencia artificial redefine el futuro, las empresas ya no pueden limitarse solo a generar beneficios y la sociedad demanda un impacto positivo y sostenible. Los modelos de liderazgo basados en la competitividad extrema y la toma de decisiones cortoplacistas han dejado cicatrices profundas, por lo que necesitamos líderes que equilibren la innovación con la responsabilidad, el progreso con la humanidad y el éxito con el bienestar colectivo.
Sin embargo, nos convencemos de que encajar en los moldes establecidos, dejando a un lado la originalidad, es la única forma de avanzar, pero ese esfuerzo constante tiene un precio: la sensación de representar un papel que nos aleja de quienes realmente somos. El desgaste es inevitable. Nos sentimos agotadas y atrapadas en una carrera donde la meta parece moverse cada vez que nos acercamos. El problema no es que no encajemos, sino que nunca deberíamos haber tenido que intentarlo a costa de nuestra autenticidad.
A esto se suma el síndrome de la impostora, esa sensación de dudar de nuestras habilidades y logros, un fenómeno especialmente prevalente entre mujeres en tecnología, donde la representación femenina sigue siendo limitada. La falta de referentes influye en cómo percibimos nuestro lugar en la industria, y muchas mujeres atribuyen su éxito a la suerte o a factores externos, lo que limita nuestras aspiraciones y oportunidades. A lo largo de la historia, figuras como Ada Lovelace o Fei-Fei Li han quedado relegadas, mientras que los titulares siguen enfatizando el género de una mujer antes que su logro, como si ser mujer y destacar en tecnología fuera el verdadero mérito.
Las cuotas han abierto puertas y brindado oportunidades, pero solo es el primer paso, no el objetivo final. No basta con estar en la mesa si no tenemos voz. Afortunadamente, hay iniciativas cambiando esta narrativa. Cruz Sánchez de Lara y Mercedes Wullich han trabajado en la visibilización y apoyo a mujeres líderes. Y son estos y otros referentes los que ayudan a visibilizar el talento femenino. La sororidad y la colaboración son fundamentales para avanzar hacia una sociedad que incluya a todos por igual.
El futuro de la tecnología no puede escribirse con una sola voz. La diversidad es clave para una innovación disruptiva. No se trata de pedir permiso ni de adaptarnos a un modelo preexistente, sino de crear un nuevo paradigma donde el liderazgo femenino contribuya a enriquecer a las empresas desde dentro, tanto en la toma de decisiones como en el resto de la cadena de valor.
Este 8 de marzo, reivindiquemos que no tenemos que dejar de ser mujeres para triunfar. Porque el verdadero avance no es solo ocupar espacios, sino transformarlos todos juntos para lograr las metas que necesitamos alcanzar en nuestra era y dejar un legado de justicia, igualdad e innovación a nuestros hijos.