Sin hipérbole, los semiconductores se han convertido en el núcleo de la economía global. No obstante, su importancia ya no es solamente tecnológica. Hoy, en el marco de una reconfiguración del orden internacional, los chips han pasado a ser un bien estratégico, un medio con el que ejercer influencia global y una fuente cada vez más grande de riesgo para empresas, gobiernos… y startups.
También en los últimos años, hemos visto en primera línea cómo el conflicto entre Estados Unidos y China ha hecho desencadenar una carrera por la autonomía tecnológica. Washington establece controles cada vez más restrictivos sobre la exportación de componentes avanzados en un intento de contener el desarrollo militar y digital de Pekín, y este último, por su parte, acelera la inversión en diseño y producción de la mano del Estado. Europa, a su vez, intenta hacerse un hueco sin renunciar a su tradicional dependencia industrial y sus estrictas políticas regulatorias.
Este contexto geopolítico transforma algo que hemos dado por sentado durante décadas: el acceso estable y regular a componentes tecnológicos clave. Fabricantes como TSMC, Intel, Samsung o ASML han pasado a convertirse en entes casi diplomáticos, capaces de cambiar tanto el PIB de un país como el futuro de una startup.
En el ámbito del emprendimiento, esta situación supone un cambio de paradigma. El modelo hasta ahora era claro: construir sobre infraestructuras accesibles, globales y escalables. Hoy, este paradigma empieza a agrietarse desde sus cimientos. El acceso a ciertos chips —especialmente los de alto rendimiento, necesarios en sectores como la inteligencia artificial o edge computing— no depende de la dinámica del mercado, sino de decisiones políticas y alianzas estratégicas que van cambiando en el tiempo.
Las startups que aspiren a crecer en este entorno deberán pensar más allá del producto. Estas deberán entender las relaciones de la soberanía tecnológica; diversificar sus cadenas de suministro y anticipar cuellos de botella (bottleneck) con mentalidad geoestratégica. No es exagerar el riesgo, es reconocer que el hardware ha dejado de ser un commodity invisible.
Los chips, silenciosos y diminutos, están dibujando nuevas fronteras de poder. Ignorarlo es un lujo que, en 2025, ni siquiera las grandes compañías pueden permitirse… y mucho menos quienes aspiran a serlo.