A semejanza de sus mayores

El pequeño todocamino de la firma bávara, que se estrenó en 2010 y se ha mantenido estos cinco años con pequeñas actualizaciones, acaba de ser remodelado por completo para dar paso a una segunda generación. No es un simple lavado de cara, sino una transformación bastante profunda: por un lado, sus líneas son mucho más musculosas y propias del diseño que caracteriza a los todoterreno, cuando antes su apariencia era más bien la de un coche familiar un poco elevado; por otro, en la parte mecánica la disposición ha cambiado radicalmente. En el primer X1 los motores iban colocados en la posición longitudinal clásica de los BMW y la tracción podía ir a las ruedas traseras o a las cuatro, mientras que el actual lleva los propulsores situados transversalmente y en las versiones que no son 4×4 la potencia se envía a las ruedas delanteras.

El diseño del nuevo BMW X1 gana en atractivo y pasa a ser como un X3 a escala. Es ligeramente más corto que su antecesor, un poco más ancho y, sobre todo, más alto. Sin embargo, el interior está mejor aprovechado, con un espacio más generoso para las piernas de los ocupantes de atrás y una capacidad de maletero superior.

Además, dispone de una opción muy interesante, que permite el desplazamiento longitudinal del asiento posterior en un rango de trece centímetros, con la posibilidad añadida de seis regulaciones para inclinación de los respaldos. Es un extra que vale 355 euros, pero que multiplica la funcionalidad del habitáculo, pues si llevamos poco equipaje podemos dar una gran amplitud a las plazas traseras o, por el contrario, si lo que nos hace falta es más hueco para carga, contamos con ese margen moviendo las butacas hacia delante. En el caso extremo, tumbando los respaldos y dejando espacio únicamente para dos pasajeros, el volumen de carga se incrementa hasta los 1.550 litros y, lo que es más importante, queda un suelo completamente plano que lo hace muy aprovechable.

Interior bien hecho

Si el cambio experimentado por las formas exteriores del X1 llama la atención, al abrir las puertas también quedamos gratamente impresionados. La calidad de los materiales empleados es muy buena y sus ajustes están hechos meticulosamente. La unidad concreta que hemos utilizado llevaba una tapicería de cuero opcional, que todavía resaltaba más la elegancia y el buen gusto que se respira en el habitáculo.

La lista de elementos extra con los que se puede equipar al X1 es interminable, algo característico en todos los modelos de la marca. Al margen de numerosas posibilidades para ganar en lujo y confort, existen múltiples sistemas de seguridad que podemos incorporar. Muchos de ellos se pueden pedir en paquetes para conseguir un precio más favorable. Por ejemplo, uno de dichos paquetes (el Driving Assistant Plus, que cuesta 1.775 euros) agrupa el avisador de colisión contra un vehículo situado delante, la función de frenado automático en ciudad ante el riesgo de atropello o golpe, la conducción autónoma del vehículo en atascos de autopista hasta una velocidad de 60 km/h, el avisador de cambio de carril, el reconocimiento de señales de tráfico, un asistente de luz en carretera, un control de crucero activo con función stop & go y la pantalla TFT de 5,7 pulgadas y alta resolución.

En el nuevo BMW X1 se puede elegir entre dos mecánicas de gasolina y tres diésel, con potencias que van desde los 116 caballos del propulsor de gasóleo más sencillo hasta los 231 del gasolina más evolucionado. Para nuestra prueba hemos optado por la variante intermedia de los diésel, el 20d, con un motor dos litros de 190 caballos, acoplado a una caja de cambios automática de ocho marchas y con tracción a las cuatros ruedas. Es una alternativa equilibrada, que ofrece prestaciones de primer nivel y, a la vez, unos consumos más que razonables y un excelente confort de marcha.

El motor empuja con garra y se "entiende" muy bien con la transmisión, que realiza los cambios de una forma tan suave que a veces resulta imperceptible. Sólo al arrancar en frío percibimos ese sonido clásico de diésel, pero en un tono bajo y únicamente al ralentí o circulando despacio; después apenas se escucha.

Ágil y estable

A pesar de que, como decíamos al principio, la configuración mecánica es totalmente distinta a la del anterior X1, el comportamiento del coche en carretera sigue siendo impecable. Tampoco el aumento de la altura que ha experimentado le afecta en absoluto. Es ágil y aguanta correctamente los cambios de apoyo en curvas enlazadas aunque, lógicamente, la carrocería balancea un poco más que en otros turismos de la gama BMW. La firmeza de la suspensión se agradece cuando el terreno se encuentra en impecable estado, porque transmite sensación de mayor seguridad. Sin embargo, en zonas bacheadas puede llegar a ser un poco brusca.

Con la dirección también tenemos sentimientos encontrados: una vez rodando a cierta velocidad, su dureza es correcta para tener el tacto adecuado que nos transmita la sensación de control sobre el vehículo, pero en parado o callejeando resulta ligeramente más dura de lo deseable.

La versión 4×4 es 2.000 euros más cara que la de tracción delantera. En circunstancias normales, incluso con suelo mojado, la diferencias pasarán desapercibidas para la mayoría de los conductores, pues todos los sistemas de ayudas electrónicas, como el ESP o el control de tracción, intervienen cuando la adherencia es mala en un eje y resultan lo suficientemente eficaces para no comprometer la seguridad. Sin embargo, para quien viva en zonas de montaña o suba con frecuencia a la nieve, sí es recomendable la tracción integral, que nos sacará de apuros con menores esfuerzos.

BMW ha dado un claro paso adelante con esta nueva generación del X1, un coche mejor hecho que el anterior, más atractivo y con un habitáculo que no sólo gana en espacio sino también en calidad.

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