¿Y si el lúpulo no tuviera que depender del clima ni de hectáreas de tierra? De esta pregunta nació la idea que dio lugar Ekonoke: una startup decidida a trasladar el cultivo del lúpulo al interior, bajo control total.
Hace años, Ana Sáez y Inés Sagrario, sus fundadoras, observaron cómo la agricultura tradicional sufría ya los efectos del cambio climático. Al principio cultivaban lechugas y plantas aromáticas en invernaderos.
Pero pronto entendieron que su apuesta real debía ir hacia algo con más valor: el lúpulo, esencial para la fabricación de cerveza, y altamente vulnerable a alteraciones de clima.
Energías renovables
Utilizan agricultura hidropónica, energía renovable, sensores, climatización y gestión digital. Incluso integran inteligencia artificial para simular las condiciones óptimas todo el año.
El paso de la idea a la realidad no fue fácil. Al principio muchos dudaron: «imposible», decían. Pero Ekonoke perseveró. En 2022 ya operaba una planta piloto en Chantada (Lugo). Ahora, junto a la tecnológica valenciana MESbook, está construyendo lo que describen como la primera fábrica de lúpulo del mundo.
Con control industrial, automatización, monitorización en tiempo real, prometen hasta 30 veces más productividad por metro cuadrado que un cultivo tradicional.

Gracias a esa eficiencia, producción continua y menor uso de agua o pesticidas, Ekonoke convence no solo por sostenibilidad, sino por resiliencia. Grandes cerveceras ya han mostrado interés, y empresas como Hijos de Rivera (dueña de Estrella Galicia) están involucradas como inversoras y socias estratégicas.
El impacto va más allá de la cerveza. Ekonoke resta dependencia a zonas geográficas concretas —como el sur de Alemania o el noroeste de EEUU— y reduce transporte e importaciones. Además, abre una ventana de oportunidad para producir lúpulo en regiones donde antes era inviable: cerca del consumidor, reduciendo huella logística.
Ekonoke no vende solo lúpulo. Vende certeza: de suministro, de calidad, de sostenibilidad. Su visión va más allá de la próxima cosecha. Es una apuesta por una agroindustria más resiliente, eficiente y respetuosa con el planeta. Y su historia demuestra que, cuando alguien se atreve a desafiar lo imposible, muchas veces nace algo realmente innovador.