De los escenarios posibles para BBVA, el ocurrido este jueves era el menos probable y, objetivamente, el más dañino en términos corporativos.
La OPA hostil sobre Banco Sabadell apenas logró un 25,33% de aceptación, muy lejos del umbral que hubiera permitido un éxito, pese a las informaciones faciltadas por la propia entidad.
El resultado no solo supone un revés estratégico, sino que abre una crisis de liderazgo y comunicación en la cúpula del banco.

Carlos Torres, presidente de BBVA, se implicó en la operación con una intensidad inusual para un dirigente bancario. Grabó vídeos, viajó a Londres, convocó a los grandes fondos e hizo de la fusión una causa personal.
El hiperliderazgo, la sobreactuación y el exceso de exposición mediática del ejecutivo tuvo muchas similitudes con la esfera política, en la que los líderes políticos participan en campañas donde no se juegan un poder real, pero se exponen confiando en que su marca refuerce el resultado electoral.

Cuando la apuesta fracasa, la lectura es inevitable: quien personalizó la campaña debe asumir también la derrota.
Esa lectura se ha instalado ya entre analistas y expertos en comunicación financiera. Consideran que la derrota de Torres no solo pone fin a una de las operaciones más ambiciosas del sector, sino que deja a la entidad en una posición de debilidad interna.
El presidente del banco vasco, recién reelegido por el consejo, enfrenta una pérdida de autoridad tanto ante sus inversores como el mercado.

La gestión de la comunicación ha sido otro foco de conflicto, por la falta de coherencia en la estrategia mediática, con mensajes erráticos y una narrativa poco creíble ante la opinión pública y los accionistas.
Todos los expertos consultados por The Officer apuntan a una misma dirección: se producirán destacados relevos en este área. Una decisión que los analistas interpretan como el primer movimiento para intentar recomponer la imagen del banco.
La fallida OPA deja además un precedente delicado en el ámbito institucional. Torres acudió al mecanismo de la OPA hostil sin garantías ni avales, desafiando las reglas no escritas de la banca española.
Su insistencia en mantener la operación provocó fricciones entre el Gobierno y la Comisión Europea, incomodidad en los reguladores y una pérdida de confianza entre los grandes inversores.
El resultado final sitúa a BBVA en una posición incómoda: sin la adquisición, con el liderazgo cuestionado y con su reputación institucional dañada. La entidad deberá ahora recomponer su estrategia y redefinir su narrativa pública tras un episodio que marcará un antes y un después en la cultura corporativa de la banca española.