La crisis financiera de 2008 comprometió desde su inicio un gran volumen de recursos públicos como resultado de los esfuerzos de los gobiernos para estabilizar y reestructurar el sistema financiero. El apoyo se instrumentó a través de un amplio rango de medidas; que van desde los préstamos directos a entidades, garantías, recapitalizaciones y medidas de saneamiento de activos. Además, estos «rescates» y sus efectos fueron variando entre países en función de la intensidad con la que la crisis se cebó sobre ellos y por la exposición natural de sus entidades al riesgo. En este sentido, independientemente del coste bruto, las consecuencias de las intervenciones dependen del tamaño de cada economía, de su nivel de endeudamiento de partida y de la recuperación de las inversiones iniciales. Así, Irlanda y España fueron los países que más incrementaron su déficit como consecuencia de los recates a la banca, ambos por encima de los 45.000 millones de euros, según un estudio publicado por el Banco de España (BdE) en base a los datos de Eurostat. Entre 2008 y 2015, las ayudas públicas al sector financiero han generado un déficit cumulado de 200.000 millones de euros en la zona euro (2% del PIB). 
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