Una escena común: el médico teclea mientras hablas, apenas levanta la vista y la consulta se convierte en un duelo entre su atención y la pantalla. Pero eso podría estar a punto de cambiar. El Ministerio de Sanidad ha lanzado un proyecto piloto que introduce la inteligencia artificial en la Atención Primaria para transcribir automáticamente las conversaciones entre pacientes y profesionales sanitarios. Una medida con un objetivo claro: que el médico escuche más y teclee menos.
La iniciativa ha arrancado este verano en siete comunidades autónomas voluntarias —Cantabria, Euskadi, Catalunya, Murcia, Comunitat Valenciana, Castilla-La Mancha y Extremadura—, y forma parte del Plan de Acción de Atención Primaria y Comunitaria, que busca reforzar un pilar clave del sistema sanitario.
La transcripción, según el Ministerio, permitirá que el personal médico se concentre en la entrevista clínica sin distracciones tecnológicas. El resultado: un informe estructurado que recoge síntomas, antecedentes y contexto familiar. Una vez validado, el texto se conserva en la historia clínica; si no, se elimina.
Pero esta no es una historia de ciencia ficción ni de una IA que diagnostica o receta. De momento, solo escucha y escribe. Aun así, es un primer paso hacia una transformación más profunda en la manera en que se presta la atención médica en nuestro país.
Una revolución que viene para quedarse
El uso de sistemas de IA en la sanidad no es nuevo. Países como Reino Unido o Suecia ya los han incorporado al funcionamiento habitual de sus servicios de salud pública. En España, este ensayo quiere servir de guía para definir los requisitos técnicos y funcionales que deberá cumplir la herramienta antes de extenderse al conjunto del Sistema Nacional de Salud, con un horizonte de despliegue completo antes de que termine 2027.
Según ha explicado el Ministerio, futuras funcionalidades podrían incluir la gestión de citas, la generación automática de resúmenes previos a la consulta, o incluso el cribado inteligente de información en la historia clínica del paciente. Todo ello financiado con fondos europeos, a través del Ministerio de Transformación Digital y Función Pública y del propio Ministerio de Sanidad.
La medida, en cualquier caso, se aplica bajo un principio claro: el paciente debe ser informado y dar su consentimiento expreso. Porque, aunque la tecnología avance, la ética médica y la confidencialidad siguen siendo innegociables.
IA en sanidad: entre la promesa y el reto
La implantación de la IA en salud va mucho más allá de tomar notas. Expertos subrayan que esta tecnología podría mejorar diagnósticos, optimizar recursos, personalizar tratamientos e incluso anticiparse a enfermedades. Por ejemplo, ya existen sistemas que predicen la aparición de sepsis en UCIs horas antes de que haya síntomas visibles, o algoritmos que detectan signos tempranos de cáncer de mama con más precisión que los radiólogos humanos.
Sin embargo, como cualquier cambio profundo, no está exento de desafíos. Para que la IA funcione de forma fiable en contextos clínicos reales, necesita acceso a datos de calidad, integración plena en los flujos de trabajo y una financiación que la sostenga, especialmente en la sanidad pública. Además, deben establecerse mecanismos de supervisión, seguridad y responsabilidad legal por posibles fallos.
La UE ya ha empezado a poner orden en este terreno. El Reglamento Europeo de Inteligencia Artificial, en vigor desde agosto de 2024, obliga a que los sistemas de alto riesgo, como los aplicados a salud, cumplan exigencias específicas: reducción de riesgos, transparencia, supervisión humana y control del ciclo de vida. También se ha creado la Oficina Europea de Inteligencia Artificial, que supervisará su implementación y fomentará el uso ético y seguro de estas tecnologías.
Los riesgos invisibles de una herramienta invisible
Pero incluso los avances que parecen inocuos esconden riesgos que merecen atención. La introducción de sistemas de inteligencia artificial en la consulta médica plantea una serie de interrogantes sobre privacidad, sesgos algorítmicos y responsabilidad legal que no pueden ignorarse.
Uno de los principales desafíos es la transparencia. Aunque estos sistemas prometen simplemente «escuchar y escribir», lo cierto es que los algoritmos que transcriben, procesan y estructuran la información no son neutros. Muchos modelos de IA actuales funcionan como cajas negras: ofrecen resultados sin explicar cómo han llegado a ellos.
En un contexto clínico, esa opacidad puede generar problemas graves si el contenido transcrito omite o interpreta erróneamente una información crítica. ¿Quién es responsable si un error de transcripción deriva en un tratamiento incorrecto?
También preocupa la posibilidad de sesgos. Si los algoritmos se entrenan con datos poco representativos (por ejemplo, mayoritariamente de pacientes jóvenes, hombres o sin diversidad étnica), podrían reflejar prejuicios invisibles. Un mal reconocimiento de acentos, términos culturales o incluso del lenguaje emocional de ciertos pacientes podría traducirse en historias clínicas distorsionadas o incompletas. La tecnología no discrimina, pero puede amplificar las discriminaciones ya existentes en los datos que se le proporcionan.
La automatización de decisiones clínicas, aunque no sea el objetivo inmediato del proyecto, asoma en el horizonte. El paso de transcribir a sugerir diagnósticos o tratamientos es corto, y ahí la vigilancia deberá ser aún más férrea. La Comisión Europea, en su nuevo Reglamento de IA, ya clasifica estos usos como «alto riesgo» y exige que haya siempre un profesional humano supervisando el proceso. Pero la supervisión no siempre es sencilla cuando el sistema automatizado parece funcionar bien… hasta que deja de hacerlo.
Y luego está la confidencialidad. La grabación de las conversaciones entre médico y paciente, aunque se elimine si no se valida, plantea una inquietud legítima: ¿cómo se asegura que no haya filtraciones o usos indebidos? ¿Qué empresas gestionan estos sistemas? ¿Dónde se almacenan los datos temporales? El consentimiento informado es un primer paso, pero no basta: debe ir acompañado de protocolos estrictos de ciberseguridad y auditorías independientes.
Por eso, aunque la herramienta prometa liberar tiempo y devolver la atención al paciente, no conviene perder de vista lo esencial: que esta revolución sea lenta, transparente y bajo control humano. Porque la historia de la medicina no solo se escribe con avances técnicos, sino también con principios éticos.
La medicina del futuro empieza por escuchar
Lo que se está ensayando este verano en los centros de salud españoles no es —todavía— una revolución de bisturí robótico o diagnósticos automatizados. Es algo más simple, pero igualmente crucial: recuperar el contacto humano. En un sistema sanitario sobrecargado, donde cada minuto cuenta y cada mirada importa, liberar a los médicos del teclado puede parecer una pequeña victoria. Pero es, en realidad, una señal de hacia dónde queremos avanzar: una tecnología al servicio del cuidado, y no al revés.
Porque quizá, antes de imaginar hospitales futuristas, debamos empezar por algo tan sencillo y tan poderoso como volver a mirarnos a los ojos.