Muchos argumentan que esta ‘nueva ruta de la seda’ es otro globo sonda lanzado por China. Algunos expertos piensan que, con esta iniciativa, China solamente pretende dar salida a su excedente doméstico de materias primas. Sin embargo, los chinos aspiran a importar bienes valorados en ocho billones de dólares hasta 2022. Esperan invertir, fuera de sus fronteras, setecientos cincuenta mil millones. Y preveen emitir, además, otros setecientos millones de turistas al resto del mundo. Ahora bien, hasta este momento, el Asian Infrastructure Investment Bank tan solo ha ejecutado nueve proyectos por apenas mil setecientos millones de dólares. Y la financiación del fondo especial destinado a esta iniciativa, por otra parte, apenas supera los cuatro mil millones de dólares. ‘Es una cifra modesta’, señala Feng Wenjian, del think tank gubernamental Academia China de las Ciencias Sociales, a FUNDS&MARKETS. ‘Pequeña, sobre todo, si consideramos que las necesidades en infraestructuras para toda la región asiática rondan el billón de dólares’, concluye este experto. En cualquier caso, los intercambios comerciales atribuidos a esta iniciativa suman tres billones de dólares dentro del periodo 2014-16. Y las inversiones directas chinas en todas estas naciones supera los cincuenta mil millones de dólares. Son cifras contradictorias que justifican la incertidumbre del indicador principal de las empresas directamente relacionadas con este ambicioso plan. El índice YIDAI YILU, o RUTA DE LA SEDA, sigue sin levantar cabeza desde hace dos meses.
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