Para muchas personas, los wearables se han convertido en una herramienta clave para detectar señales que, de otro modo, pasarían inadvertidas. Un ejemplo común es el de quienes reciben en plena jornada laboral una notificación por ritmo cardíaco irregular.
No hay un médico al otro lado, pero esa alerta temprana basta para acudir al centro de salud y descubrir una arritmia leve que llevaba tiempo gestándose. Así, un pequeño aviso cotidiano puede anticipar problemas mayores.
¿De mero gadget a centinela de salud?
Hace apenas una década, los smartwatches eran un pasatiempo para aficionados al deporte; hoy, funcionan como un escáner de salud constante. Detectan frecuencia cardíaca, saturación de oxígeno, patrones de sueño y temperatura corporal. Gracias a sofisticados algoritmos, algunos modelos ya alertan sobre anomalías como fibrilación auricular o bajadas de oxígeno antes incluso de que los síntomas sean evidentes.
Este salto tecnológico convierte el wearable en un aliado invisible pero presente en el día a día: ocio, trabajo, descanso… y, cada vez más, salud.
El crecimiento imparable de un mercado convergente
En 2024, España alcanzó aproximadamente 1.740 millones USD solo en gadgets inteligentes de salud y bienestar; a nivel global, este mercado ya supera los 150.000 millones USD. Este auge no es solo por consumo, sino porque centros sanitarios y aseguradoras lo implementan como parte de estrategias de salud digital.
En Cataluña, el Hospital Universitario Vall d’Hebron prueba dispositivos como monitores de ritmo y oxígeno para pacientes postquirúrgicos. Mientras tanto, hospitales como el Clínico San Carlos utilizan relojes inteligentes para detectar arritmias en personas mayores sin que tengan que desplazarse a urgencias habitualmente.
«Es importante destacar que deben ser una herramienta que complemente los métodos diagnósticos habituales para detectar arritmias. En ningún caso deben sustituir la atención médica habitual, ya que debemos confirmar los resultados obtenidos y ajustar el tratamiento según sea necesario para prevenir ictus posteriores» , enfatiza el Dr. Jorge Pagola.
Estos programas, avalados por estudios de impacto y eficiencia, muestran resultados notables: reducen entre un 30 y 40% las consultas innecesarias y entre un 15 y 20% las hospitalizaciones derivadas de complicaciones crónicas.
Lo que se monitoriza… y por qué importa
Los médicos destacan cuatro factores clave que monitorean con wearables:
- Frecuencia cardíaca y ECG: detectan arritmias asintomáticas como fibrilación auricular.
- Saturación de oxígeno: vital para pacientes con EPOC o Covid persistente.
- Actividad y calidad del sueño: indicadores indirectos del bienestar general y la recuperación.
- Temperatura corporal constante: útil para detectar procesos inflamatorios muy al principio.
Un artículo reciente de Empirical.health (marzo 2025) detalla que el monitor de frecuencia cardíaca del Apple Watch ofrece lecturas con un margen de error de ±5 bpm en un 89–98 % de las ocasiones, dependiendo del tipo de medición (reposo, ejercicio o actividad de fondo).
Estudio ecológico publicado en JMIR mHealth (2019) confirmó que el Apple Watch 3 presenta una acuerdo de concordancia (CCC) de 0.955, una media de error de ±1.8 bpm y una precisión superior al 95 % en comparación con monitores de ECG de referencia.
Aunque la calidad del sueño aún requiere respaldo de métodos clínicos como la polisomnografía.
El otro lado: la ansiedad por los datos
Sin embargo, esta hiperconexión con la propia salud también tiene un coste psicológico. Algunos especialistas hablan ya de «ansiedad por sobre-monitorización»: personas que interpretan cada alerta como un posible diagnóstico grave, generando hipervigilancia y visitas innecesarias al médico.
Estudios recientes confirman que estos dispositivos suelen fomentar hábitos más saludables, pero también advierten sobre un efecto menos conocido: un aumento de la ansiedad en algunos usuarios.
Un estudio del Journal of the American Heart Association revela que personas que usan wearables para controlar afecciones cardíacas como la fibrilación auricular pueden experimentar un incremento del estrés relacionado con las notificaciones constantes y la interpretación de datos complejos. Expertos en salud mental coinciden en que, aunque inicialmente la monitorización puede ser motivadora, puede derivar en obsesión y preocupación excesiva.
«La sobrecarga de información y el flujo incesante de alertas pueden entrenar al cerebro para enfocarse en la preocupación,» explica la terapeuta Kate Miskevics. Por ello, recomiendan ajustar las notificaciones, tomar pausas tecnológicas y practicar técnicas de atención plena para evitar que el seguimiento continuo afecte negativamente al bienestar mental.
El verdadero valor de la prevención diaria
Aun así, la integración de wearables en la rutina no solo mejora la detección, sino también la prevención. Los análisis muestran que su uso regular lleva a cerca de 1.800 pasos adicionales al día y 40 minutos más de actividad.
En Sevilla, hospitales públicos como el Virgen del Rocío están liderando la implantación de tecnologías pioneras que mejoran la atención a pacientes crónicos. Este centro, el más grande de Andalucía, ha incorporado una innovadora aplicación para el seguimiento remoto de quienes reciben diálisis peritoneal en su domicilio.
Gracias a este sistema, los especialistas pueden monitorizar en tiempo real los datos del tratamiento y anticiparse a posibles complicaciones, reduciendo desplazamientos innecesarios y, según estimaciones del propio servicio de Nefrología, con potencial para disminuir los ingresos hospitalarios hasta en un 50%.
Estas cifras son más que estadísticas: representan calidad de vida, ahorro de tiempo, recursos y reducción de presión sobre los sistemas sanitarios.
Acceso desigual, barreras éticas
Este avance es real, pero desigual. No todos los pacientes acceden a wearables clínicamente validados; muchos usan pulseras genéricas cuyos datos no se integran en historiales médicos. Además, el manejo de información sensible, su cifrado y consentimiento sigue siendo un desafío: las leyes españolas exigen protecciones estrictas, pero no todos los sistemas cumplen con ello.
Aun así, la digitalización sanitaria va avanzando: España participa en proyectos europeos como SmartAge, que integran wearables en residencias para mayores, con protocolos para alertas automáticas de caídas o detección precoz de enfermedades.
¿Hacia dónde vamos?
El futuro ya no es distante: wearables sin manguito que midan presión arterial todo el tiempo, sensores hormonales para anticipar ciclos o crisis, y algoritmos predictivos para prevenir ataques epilépticos son solo algunas de las apuestas en desarrollo. En Dinamarca o Japón ya funcionan sistemas que identifican pacientes con riesgo de reingreso hospitalario, usando IA que analiza datos constantes y previene eventos críticos.
Con todo, la clave no está en la tecnología, sino en su uso responsable: como herramienta, no como fuente de diagnósticos. Cuando se integra éticamente, con protección de datos y supervisión médica, el wearable —esa tecnología en la muñeca— se convierte en un centinela de salud diaria, no en un sustituto del médico, pero sí en el aliado más silencioso y constante al cuidado de nuestra salud.