La invasión rusa de 2022 dejó a Europa frente a un problema evidente. Dependencia del gas, precios disparados y fábricas en vilo. La respuesta fue acelerar la transición energética y abrir espacio para que las startups aporten soluciones innovadoras y que resuelvan este tipo de retos estratégicos.
La sueca Northvolt es un buen ejemplo de ello. Desarrolla baterías con menor huella de carbono para una industria que necesita electrificarse sin añadir nuevos riesgos de suministro. También destaca SolarGaps, que desde Ucrania ha seguido trabajando en persianas solares capaces de generar electricidad en edificios. Dos casos distintos que comparten algo esencial. Abordan un problema urgente y medible.
Los gobiernos europeos han puesto varios incentivos sobre la mesa. Hay subvenciones y ventajas fiscales, con especial atención al hidrógeno verde. A la vez ha llegado capital largoplacista desde Oriente Medio a proyectos europeos. La red de estaciones de H2 Mobility en Alemania evidencia ese interés.
Aunque este impulso convive con algunos frenos. La energía cara encarece componentes, las cadenas de suministro siguen tensas y para una startup cada retraso logístico se traduce en menos caja.
La cooperación, especialmente regional, está marcando la diferencia. Equipos ucranianos han movido parte de sus operaciones a Polonia y Alemania sin perder ritmo gracias a redes europeas de apoyo. La española Wallbox demuestra que, con un producto competitivo, es posible ganar escala fuera de casa incluso en un contexto geopolítico incierto.
Para inversores y responsables públicos hay una conclusión clara. Estas empresas no son un adorno verde. Forman parte de la respuesta económica a la crisis. Reducen la dependencia energética, modernizan la industria y crean empleo cualificado. La sostenibilidad bien diseñada no es una moda. Es una estrategia de competitividad.
Aunque no todas las startups lo lograrán, tendrán más opciones las que combinen tecnología útil, eficiencia de costes y capacidad para adaptarse en un contexto geopolítico cambiante. La crisis ha sido un catalizador. Ahora toca consolidar un ecosistema que convierta ese impulso en resultados duraderos y sostenibles.