Mujer joven practicando yoga en la naturaleza. Mujer joven practicando yoga en la naturaleza.

Namasté, reunión cerrada: afterworks para desconectar sin copas

En tiempos de burnout silencioso y productividad sin freno, desconectar se ha vuelto un acto de resistencia. Más allá de bares y terrazas, exploramos cinco espacios en España donde apagar el piloto automático y volver al cuerpo.
Mujer joven practicando yoga en la naturaleza :: Shutterstock

Hiperconsumo digital, jornadas eternas, ojos irritados por las pantallas y horas de oficina que se desdoblan en el espacio-tiempo como un hotel de Gilbert: cuando parece que acaban, aparecen cien más. Si eres un workaholic, un becario explotado laboralmente o simplemente alguien sin botón de pausa, esto te va a sonar.

Desconectar del trabajo no siempre significa irse de copas. También puede ser volver al cuerpo, apagar el ruido y recuperar algo de lo que el día ha ido erosionando. En esta entrega de Out of Office, nos alejamos del bar y proponemos planes donde el afterwork se convierte en una experiencia de bienestar. Nada de resacas, pero sí vibraciones, estiramientos y silencio. Esta vez, además, cruzamos la frontera madrileña para explorar otros puntos de España donde el final de la jornada laboral puede ser otra cosa.

Hot Yoga – Madrid

Hay días que queman por dentro, y no precisamente por el clima. Cuando la tensión se acumula en cada músculo, cuando el cuerpo necesita soltar desde lo profundo, una clase de hot yoga puede ser una forma de reseteo físico y mental. En Hot Yoga Madrid, la propuesta es clara: calor, movimiento y respiración para volver a encontrarte contigo.

Ubicado en el corazón de la ciudad, este centro ofrece sesiones de yoga en salas climatizadas a temperaturas que oscilan entre los 35 y los 40 grados. El calor no está ahí solo para sudar —aunque se suda—, sino para facilitar la apertura muscular, desintoxicar el cuerpo y permitir una mayor conexión entre las posturas y la respiración. El ambiente está diseñado para invitar al recogimiento: luz tenue, silencio, instructores atentos y una comunidad diversa que va desde principiantes hasta yoguis experimentados.

Cada clase es un viaje que desafía pero también reconforta. No se trata de alcanzar la postura perfecta, sino de moverse con honestidad en medio de esa atmósfera densa y reparadora. Se combinan estilos como Bikram, Vinyasa o Yin Yoga, todos adaptados a la práctica con calor, y siempre con una guía técnica que cuida tanto el cuerpo como el ritmo emocional de cada participante. Al terminar, el sudor es casi simbólico: te llevas la sensación de haber vaciado algo pesado, de haberlo derretido, y salir del estudio con una ligereza que ni el mejor vermut podría darte.


Rooftop Yoga – Hotel ME (Barcelona)

En el último piso del Hotel ME, cuando el sol empieza a caer sobre el mar de terrazas y antenas del barrio de Poblenou, un grupo de personas se reúne en silencio. Las colchonetas están dispuestas de forma circular y el aire empieza a refrescar. Lo que sigue no es una clase de yoga al uso, sino una experiencia de transición. Se viene desde el estrés y el correo sin responder hacia algo más lento y liviano.

La sesión combina Vinyasa suave con momentos de respiración guiada y meditación. A veces suena música ambiental, a veces no hace falta nada. Lo interesante no es solo la práctica, sino lo que la rodea: el cielo cambiando de color, las luces encendiéndose en la ciudad, el murmullo lejano del tráfico amortiguado por la altura. Es un afterwork sin prisa y sin ruido, ideal para cerrar el día sin tener que salir de la ciudad, pero sintiendo que has viajado muy lejos.


Retiro Hridaya – Milindias (La Garrotxa, Girona)

Si en vez de una hora, tienes un par de días libres, puedes regalarte algo más potente. En el centro Milindias, enclavado en la comarca de la Garrotxa, los retiros de yoga y meditación se celebran rodeados de volcanes dormidos y bosques espesos. El programa Hridaya, uno de los más valorados del centro, ofrece una experiencia de inmersión total para quienes necesitan parar en serio.

Durante cuatro días, el tiempo se ralentiza. Las prácticas se hacen al amanecer y al atardecer, casi siempre al aire libre. Se combinan sesiones de yoga consciente, meditación en silencio, baños de sonido, canto de mantras y momentos para escribir, caminar o simplemente estar. No hay cobertura ni notificaciones. La comida es vegetal, sabrosa y preparada con cuidado. Todo el entorno invita al recogimiento. Lo que se busca no es desconectar, sino reconectar: con el cuerpo, con el ritmo natural y con esa parte de uno mismo que no cabe en una reunión de Zoom.


Baños de Sonido – Frizzant (Barcelona)

No hace falta moverse para soltar tensión. A veces, solo hay que tumbarse y dejar que otros se encarguen de todo. En Frizzant, un centro holístico a dos pasos del Parc de la Ciutadella, los baños de sonido se han convertido en una opción popular para quienes quieren cerrar el día sin pasar por el gimnasio ni mirar una pantalla más.

Las sesiones consisten en tenderse cómodamente mientras una terapeuta va tocando cuencos tibetanos, gongs, campanas y otros instrumentos armónicos que generan frecuencias específicas. Estas vibraciones interactúan con el cuerpo y el sistema nervioso, ayudando a liberar tensiones profundas. Hay personas que salen como si hubieran dormido ocho horas, y otras que simplemente agradecen la pausa. El ambiente es respetuoso, cálido y silencioso. Aquí no hay que rendir, ni hablar, ni entender nada. Solo escuchar.


Retiros de Silencio – Pirineo Navarro (Navarra)

Para quienes buscan una desconexión real —esa que apaga incluso la voz interior que repite tareas pendientes—, los retiros de silencio que se organizan en la frontera entre Roncesvalles y la Selva de Irati son una opción casi terapéutica. Aquí no hay móviles, ni relojes, ni agenda. Solo bosque, caminos, prácticas suaves de yoga y largos periodos de meditación en silencio.

Se duerme en antiguas casas rurales restauradas, se come lo justo y se camina despacio. Algunos programas combinan meditación Zen con paseos conscientes por el monte. Otros incluyen ejercicios de escritura o lectura contemplativa. Lo interesante es que la propuesta no busca evadir, sino enfrentar: al ruido mental, al agotamiento emocional, a la necesidad constante de estímulo. Es un afterwork radical, sí, pero también profundamente regenerador. Porque a veces, para volver a funcionar, no hace falta hacer más cosas. Hace falta simplemente parar.


¿Y si esta vez, en lugar de decir «vamos a tomar algo», dices «vamos a respirar»? Quizá el mejor afterwork no está en una copa, sino en una esterilla. O en el sonido de un gong. O en el simple acto de cerrar los ojos.

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