Hay una nueva mística en el afterwork: no viene del vermú ni de las croquetas, sino de los baos calientes, las mesas compartidas y el aroma del vinagre de arroz. La gastronomía asiática vive una segunda juventud, esta vez más social, más inmersiva y menos encorsetada.
Lo que antes era un plan de sábado, ahora se convierte en el punto de fuga del jueves por la tarde. Y lo mejor: nadie te mira raro si cenas con palillos mientras suena música electrónica.
Lo vivimos anoche, en la inauguración del nuevo restaurante de UDON Asian Food, donde no se limitaron a abrir las puertas: ofrecieron una experiencia.
Alberto Gómez, chef ejecutivo y cerebro creativo de la cadena, dirigió un workshop de sushi en el que los invitados aprendimos a enrollar salmon rolls con más o menos dignidad. Tras eso, la luz bajó, subió la música y la barra se llenó de cócteles de inspiración asiática.

Hubo chicken thai fingers, salmon rolls, noodles en formato finger food y barra libre para acompañar. Un DJ pinchaba música que oscilaba entre el house ambiental y el techno melódico, generando una atmósfera en la que el ramen y el ritmo convivían sin tensiones. Al salir, nos regalaron un set de sushi para que la magia asiática se quede a vivir con nosotros.
Pero lo de UDON no es un caso aislado. El fenómeno del «afterwork asiático» se está expandiendo como la soja en un plato de sashimi. En los últimos meses han brotado locales que no solo ofrecen comida, sino toda una escenografía sensorial: luz tenue, estética inspirada en Tokio, Bangkok o Seúl, y una apuesta clara por la mezcla de culturas y géneros.

En Madrid, Madame Butterfly es el nuevo restaurante japonés de moda en Chamberí. Su nombre evoca a la mítica ópera de Puccini, aunque aquí no se trata de una geisha trágica, sino de una experiencia que combina belleza, delicadeza y una carta de inspiración nipona con toques europeos.
El espacio, diseñado por el Estudio de Marta Banús junto a Espinosa Studio, recrea una estética colonial con guiños a la Indochina de los años 40, distribuida en tres ambientes: un salón tipo té abierto a la calle, una elegante barra con chimenea y un club clandestino al fondo, más oscuro y canalla, que por la noche se transforma en el alma del local.
La cocina mezcla tradición y tendencia con platos como la tortilla de patata en tempura con atún rojo y trufa, baos, nigiris de autor, tatakis, rolls o chipirones con mandarina. En los postres brillan la Fuwa Fuwa Cheesecake con helado de violetas y la torrija brioche con leche de coco.
Además, Madame Butterfly es dog friendly, tiene opciones vegetarianas y veganas, y cuenta con una terraza exterior perfecta para el afterwork. Un sitio donde no solo se come, también se vive.

Ya en Barcelona, en pleno corazón del Raval, Carlota Akaneya ofrece una experiencia única de parrilla japonesa que ha conquistado paladares dentro y fuera de España.
Inspirado en un pequeño local de Kioto, este restaurante abrió en 2011 como el primer sumibiyaki de Europa, y ha evolucionado hasta convertirse en un referente de la alta cocina japonesa.
Fue el primer establecimiento del continente en servir wagyū A5 y, desde 2023, es uno de los pocos del mundo fuera de Japón que ofrece Matsusaka Beef, considerada la carne más exclusiva del país nipón. A esto se suma la delicadeza del Crown Melon japonés y el privilegio de ser el único en la Ciudad Condal con auténtico Kobe Beef.
Detrás del éxito está la visión de Ignasi Elías, que abrió el restaurante junto a su mejor amigo y en honor a su madre. Tras un inicio accidentado —Albert Adrià se fue sin comer por la espera—, el boca a boca lo convirtió en destino habitual de chefs y celebridades.
Hoy, Carlota Akaneya combina técnica, excelencia y una cuidada mise-en-scène para ofrecer una cena que va mucho más allá del plato: es una ceremonia de fuego, humo y sabor pensada para afterworks especiales o celebraciones íntimas con acento japonés.

Lo interesante de esta tendencia no es solo el auge de la comida asiática, que lleva décadas entre nosotros. Es cómo ahora se vincula con una nueva forma de socializar. Comer sushi ya no es solo un acto gastronómico, sino una experiencia compartida, casi performativa.
La cocina se abre al comensal, el ritual se relaja y los límites entre bar, restaurante y club desaparecen. Puedes terminar un jueves enrollando sushi, cenando de pie, bailando con una copa de umeshu y saliendo del local con un regalo de cortesía como si hubieras asistido a un cumpleaños zen.
Los afterworks se están reinventando y Asia —desde Japón hasta Tailandia, desde Corea hasta Vietnam— ofrece un imaginario amplio, sofisticado y acogedor que encaja perfectamente con lo que muchos buscan al terminar la jornada laboral: desconexión, placer, algo nuevo que contar.
Puede que no sepamos decir correctamente «okonomiyaki», pero sabemos que estamos ante un nuevo ritual urbano. Uno que, por suerte, viene acompañado de música, buen rollo y palillos.